LEYENDO "LA MANO DE MUERTO"
Eran más de las doce de la noche. Toda la Campiña dormía con pesado
sueño bajo un manto de oscuridad. Los grupos de gente se dispersaron en
distintas direcciones dialogando sobre los diversos pasajes de la velada,
haciendo la crítica a su manera.
A la vera de los caminos, los pacaes y los mangos con el viento habían
entrelazado sus ramas de una orilla a otra formando una lóbrega ramada que se
alargaba en el sendero. Se caminaba a tientas, por altos y bajos, tropezando.
Dentro del grupo donde iba don Rafael, no faltó alguien que miedoso,
comenzó a recordar cosas extravagantes aparecidas por los caminos a recorrer.
Dijo que por el «Camino de los Perros», en el silencio de la noche, una burra
encadenada corría de Sur a Norte, y por «Cuatro Esquinas» los que pasaban
después de las doce de la noche, oían laberintos de voces imperceptibles o a
veces quejidos como de moribundos. Que tales cosas habían dado lugar a que
algunos transeúntes cayeran privados del conocimiento, echando baba por la
boca. Referente a esto, otro del mismo grupo recordó que en la «Casa Vieja» de
la esquina del Cerro de Santa María, desde las primeras horas de la noche, por
una de las ventanas, aparecía colgando una mano de muerto y que privaba a todo
el que la veía. Que por esto Jacinto Estupiñan y Doroteo Quiche tuvieron que
hacerse rezar por «susto de ánima». Pero nadie de los del grupo se amilanó. Y
algunos lo tomaron como «zumba» o invento de los miedosos.
Entretenidos
en la conversación, cuando menos pensaron, ya habían dejado atrás «Cuatro
Esquinas» y el «Camino de los Perros», sin haber sido víctimas del menos
percance, cuando al cruzar el arenal uno de los bromistas dijo:
- Que juera
que hoy viéramos la mano...!
Al oír estas
cosas las mujeres medio miedosas tomaron la delantera y todo el trecho del
cerro pasaron cabizbajas. No quisieron mirar la «Casa Vieja». Había una
semiclaridad debido al resplandor de las estrellas madrugadoras. Uno de los
compadres de don Rafael que se había adelantado un poco en el camino por el
mismo lado de la casa, regresó asustadizo y le dice al oído:
- Espéreme
usted aquí, compadrito. Deje que avance un poco la familia para que no se
asusten. Voy a ver que cuelga en la ventana del costado. Esto parece cierto o
es alguno que está jugando con nosotros. A lo mejor es Juan Barbón. ¡Hum..! No
sabe que somos bien hombres!
Y se fue a
ver con más detención en forma resuelta. Al poco momento regresó y le dijo:
- Haytá la
mano, colgando, pero no me parece que juera de muerto. La de muerto es huesosa,
color cera. Esta mano es gorda. Diuna vez vamos a convencernos.
Y
ambos se acercaron cautelosos, a la «Casa Vieja». Miraron la mano. Con un
palito le dieron un hincón. La mano se movió. No hay nada que hacer, dijo uno
de ellos, esta es mano de vivo. Y cuando forcejearon la puerta del costado para
entrar, observaron que la mano comenzó a ocultarse poco a poco. Como la puerta
no se abriera, por uno de sus huecos vieron que alguien salió corriendo de la
puerta de atrás.
Don Rafael
se subió a la tapia y desde allí le grito:
- ¡Oye, so
vende santo, como te güelva a encontrar aquí te rompo el alma! . ¡Ya sabes! .
Comentando
lo sucedido, los compadres aceleraron el paso para dar alcance a sus familiares
que ya estaban volteando el camino a Chonta. Ambos les refirieron entre risas y
carcajadas los apuros del hombre que salió corriendo de la «Casa Vieja».
- Ya ven
-bromeó al final don Rafael- si las penas no son de la otra vida.
-¿Pa qué
creer en dioses falsos?. Por cualquier lugar no faltan los vivos que se ríen de
los zonzos...
-Ahora ya
verán que nunca más aparecerá la mano de muerto.
Por ese
lugar se fueron quedando cada cual en su morada.
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